Caminando por Puerto Madero (Buenos Aires) comienzo a observar a mi alrededor. De pronto me encuentro rodeado por estos inmensos gigantes de acero, creados por nosotros en algún momento, pero hoy ya olvidados, viejos, oxidados... obsoletos.
Algunos de ellos, resistiendo como firmes centinelas el paso del tiempo me miran con ojos desafiantes pero tristes. Imploran atención. Su piel en un momento plateada y brillante, hoy se torna rojiza con el paso de cada lluvia.
Finalmente me quedo mirando a uno de ellos, uno de esos gigantes que en un momento hacia alarde de su fuerza infinita, que era útil, que servía... y lo encuentro implorando al cielo los rayos de sol que son su unica energia.
Los miro, me pongo a pensar objetivamente y me río de mi mismo ya que las maquinas no tienen sentimientos!! No tienen vida! Pero lo unico que espero es que la humanidad no llegue a un punto tal en el que todos nos transformemos en maquinas con una vida útil y luego simplemente seamos descartables, mientras en una gran cadena de montaje fabriquen mas de nosotros.